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22 U BELLA EASO la volición de su marido había cristalizado, y este convencimiento le aumentó el mal humor. - Hombre de Dios! di algo; contesta, disp uta; ¿e res de piedra, ó... ? ¡Jesús de mi alma!-y Joshe– pa, impacien te, restr egaba la tarima con las plantas callosas, produciendo ruido sordo de raspado .- Di– go que abriremos una tiend ecita con ese din e ro, con nuestro dinero - y recalcó el poses ivo;-una taber – na, una casa de comidas ... Tú, si te place, conserva– rás la carreta de bueyes, y correteando ent re la ciu– dad y las aldeas ganarás buen jorn al. Pachika, que es más basta, más torpe y más tonta que la otra, nos servirá de criada. Yo cocinaré. En mi época, los señorones de casa del cond e se chup aban los dedos; yo era célebre entre la clase de ellos: "oh! qui én tuviera á la josh epa,,, decían sus amigas á la con– desa. La Toma sha que aprenda algo, la plancha, la costura , y podrá ser buena oficiala, ó donc e lla de casa grande. Hay caseras de caseras: á las unas no se les pued e quitar la pértiga ó el sarde; s us manos no se adiestran á manejar cosas pequei'ias ni delica – das, pero otra s.... . otras! La nuestra es de las e legi– das; además, dondequiera llama la atenció n por gua– pa . A los seis mese.s de vivir en la calle parece rá una señorita. ¡Cuánt as de las de verdad que se pa– sean en el bule no son tan de pr imera clase como ella! En la ciudad se casará mejor. - Hum! -g ruñó Martín á media voz . - Hum, hum, hum; siempre hum ! Acuér date de las de Olasaga sti. Qué e ran, pues, aquéllas? - Esta pregunta la formuló en castellano, y prosiguió en baskuenze: - Unas casera s; pero apr endieron. La Engrasi se puso de modist a; la I1iasi vencií~igua ntes en casa de Soro a: amalsen seiíorita ó..... - dijo, pres– cind iendo por un instante de su lengua nativa. - No es eso mejor que arrancar patat as? A los forasteros, á los ca~tellanos les gustan mucho las baskongadas:

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