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20 LA BELLAEASO -Pues te acompaño; algo se me pegará; donde hay grasa... El paraje del derroche, ¿cuál será? -Una casa muy grande, muy elegante ... -Ah, sí: el Casino, eh? Ja, jay! De casero á se- ñorito. Casualmente tenemos para lavar una camisa muy fina, bordada, una camisa de frac del señor conde..... Por una vez te la pondrás. - Al señor conde, precisamente, es á quien voy á visitar. -Al señor conde? á nuestro dueño? Joshepa depuso el tono de zumba, y miró grave– mente á su marido, no sin recelo. -Sí. Guardó, después del monosílabo, Martín unos momentos de silencio, y como quien se decide á abordar directamente la dificultad, añadió en voz firme: -Le voy á proponer que me venda el caserío. El señor conde es hombre de conciencia; me pedirá el justo precio. Si nos entendemos, antes de ocho días serás la dueña de Lizardigaraicoechea. Lo que ni mi padre ni mi abuelo lograron, lo habré alcan– zado yo. Encrespóse el entrecejo de Joshepa, y los movi– mientos de su cuerpo denotaron la agitación inte– rior que experimentaba. -Uf! vov á sentarme. Me duelen los i-iñones..... ¡Todo el díá dentro del agua, sacudiendo la piedra con la ropa! Martín sabia, por experiencia, lo que esta alusión al trabajo pre ludiaba, y magulló entre clientes pala– bras de disgusto mientras J oshepa tomaba asiento sobre el borde del cofre, para no humedecer la ba– dana que lo recubría. Cruzó la pierna derecha, á la cual se pegó la saya mojada, marcando la pantorri– lla magra y nerviosa: por debajo del ruedo asomaba el pie, desfigurado por enorme juanete. Llevó las

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