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ACE ya algunos años que mi distinguido amigo Campión tuvo la bondad de en– viarme un ejemplar de su novela Blancos y Negros. Confieso que abrí el libro con cierto recelo y desconfianza. En efecto, sabía yo que Campión se dedicaba á es- tudios profundos de lingüística, había leído alguno de sus ensayos históricos y varios de sus discursos, conocía su vastísima ilustración y su claro talento, pero en punto á sus dotes como novelista no tenía la menor noticia. Apenas leídas las primeras páginas de Blancos y Negros se -disiparon mis dudas por completo, y tan– to me agradó la novela que la devoré entera de un solo tirón. Concurrían en ella, á mi juicio, cuantas circunstancias eran necesarias para calificarla de excelente: ambiente y paisaje admirables, tomados del natural en la Barranca de Navarra y descritos con talento artístico, tipos perfectos de la pura raza euskara, acción hábilmente conducida en interés creciente hasta llegar al punto dramático culminan– te, desenlace lógico y natural; realzado todo ello con un estilo fácil, claro y elegantemente sencillo . Leo pocos periódicos y hojeo escasas revistas, pero ¿cómo no había llegado con anterioridad á mis
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