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186 LA BELLAEASO Tomasha. No parecía natural que su amo no hicie– se un movimiento _niprofiries~ una p~labra. Empe– ro estaba convencida de que el segu1aallí, sin reti– rarse.-"Se habrá puesto enfermo de veras? En este caso el accidente era grave: ni quejarse podía. -"D. Juan Bautista!,,- llamó, quedito, por la ce– rradura. No obtuvo respuesta . Dió luz, se puso una saya, se envolvió en la toquilla y abrió con cautela recelosa aún de algún súbito asalto, dispuesta á repelerlo. A medida que la hoja se abría, algún ob– jeto de peso, apoyado en la parte inferior de ella, lentamente resbalaba. Cuando quedó abierta de par en par, el busto de Guzirako, perdido su punto de apoyo, se extendió exánime sobre el suelo. Faltábale al rostro la impasibilidad de la muerte; duraban en la cara los signos del terror y del sufrimiento; los labios laciamente se pegaban á las encías desden– tadas. El torrente de luz eléctrica iluminó el pasillo; de entre los rebujos de la bata y la camisa salían las piernas desnudas del muerto; uno de los pies, fuera de la babucha, proyectaba sobre la pared la sombra de los dedos, tiesos y separados. Tomasha se tapó los ojos.-"Gaishoa! sin con– fesión!,,-exclamó, y se puso á lanzar alaridos pi– diendo socorr o, sollozando de pena y miedo. Saltó por encima del cadáver, y las plantas desnudas de ella trituraron un objeto del que se desprendieron pequeños fragmentos: era la dentadura de Guzira– ko, expelida de su boca por las contorsiones de la agonía. La segunda doncella y la cocinera acudie– ron espantadas, gritando también por temor á robo 6 incendio. Comenzó á sonar el timbre de la puer– ta; los criados de los otros pisos se presentaron. Y mientras algunos corrían á buscar el médico y el cura , los·demás acosaban á preguntas. La emoción y la singularidad del caso impedían á Tomasha coordinar sus ideas. El sitio de la muer-

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