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178 LA BELLAEASO cogida, y su rostro comenzó á cambiar de colores acabando en palidez mortal. Comprendió que s~ emoción incoercible, que sus ojos empañados de lágrimas significaban tanto como confesar de boca su desventura, y la vergüenza se sumó á la pena. ¡Oh! la acción villana de Raimundo era la sombra tendida siempre sobre ella, donde venían á sumirse los rayos brillantes de la existencia! Se acordó de Luis, del fugaz período en que la dicha, como un pájaro, cantó dentro del bosque sombrío; sintió ra– bia, odio..... Viendo descubierto hasta lo más recón– dito del alma, despreció el disimulo que obtiene el respeto de las apariencias. - Por la puerta que dé entrada á ese hombre sal– dré yo-dijo, irrevocablemente decidida á ello.– No me importaría que estuviese así de gente llena la sala. Meneaba los dedos de ambas manos para indicar un número grande. Desmayó tras de este ímpetu la exaltada energía, y no pudo reprimir el llanto, que rompió con la avasalladora espontaneid'd de una naturaleza sensible, superficial, pero no ñondamen– te desfigurada por los nuevos artificios. ·Guzirako, conmovido, procuraba consolarla usan– do de todos sus registros amables y cariñosos. Pau– latinamente, cual los vapores de un vino generoso, se le subieron á la cabeza las perturbantes emana– ciones de·la mujer apetecida, y las caricias de padre fueron cobrando osadías de galán en el ensimisma– miento de Tomasha. Solapada tentativa de viejopa– ra comunicar su ardor inmundo. IV Los escrúpulos morales de Guzirako se desvane– cieron. Desembarcaría en una isla feraz, rica, envi-
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