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A. CAMP!ÓN 177 cía: Rairnundono venía desde que entró á servir Tomasha.De aquí á establecer cierta relación cau– sal entre los dos hechos mediaba breve espacio. Volvió á convidarle; Raimundo empeñó su "palabra formal,,de concurrir al almuerzo, y faltóá ella. Mo– mentosantes de servirse las ostras envió una carta; Guzirako, irritado, leyó las excusas á los comensa– les.Tomasha, entretenida en la alacena por los pre– parativosdel servicio, al sonar el nombre de Rai– mundo rompió tres ó cuatro copas. Guzirako se aproximó como para regañarla. Ella, de rodillas, recogíalos pedazos; le temblaban las manos y tenía el semblantedemudado.- "La fruta cayó á tierra– pensóGuzirako-á las sacudidas de Raimundo.,, El serviciode la mesa dejó mucho que desear aquel día. A la hora de acostarse, la conversación entre lri– goyen y Tomasha fué, contra costumbre, muy lán– guida.Ella, pensativa, no daba ni tomaba las bro– masde otras noches. El diálogo se reducía á una sucesiónde frases escuetas, sin juego, desarrollo ni ampliación.Era como si la mano de un pianista re– corriese un teclado mudo, en busca de la nota so– nora.A juicio de Guzirako sus presunciones equi– valíaná verdad demostrada, pero pretendía descar– tarse de toda posibilidad de errar. ¿Cómo obtener la confesión,ó cosa semejante? Tras de muchos ti– tubeosse decidió por los medios directos, y á que– ma ropa, desde un tema absolutamente inconexo á la pregunta, saltó á ésta y dijo: -Qué mala partida le ha jugado á usted Raimun– do? Desde que usted me sirve no hay manera de obligarle á pisar esta casa. En aquel momento desabrochaba ella la bota iz– quierda de lrigoyen. Fué tan grande la conmoción nerviosa de Tomasha, que violentamente arrancó del pie la bota y la arrojó contra la luna biselada de un armario. Luego permaneció inmóvil, sobre- 1i

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