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18 LA BELLAEASO hasta ascender el caserío á merendero, cuyos ali– cientes podrían completarse con baile en la prade– ra. Martín se negó tan secamente que andre Joshe– pa no se atrevió jamás á hablar de ello. Disentimient os de esta índole eran los únicos que, de tarde en tarde, nublaban la paz del matrimo– nio, sin desunirlo. Por ser Joshepa lista y de exce– lente gobierno, Martín le consultaba todos los asun– tos, sobre todo los pecuniarios. Testigo de la rapi– dez con que ella ejecutaba las cuentas de la ropa blanca y declaraba á las hijas el total que habían de recibir en las casas, estaba persuadido de que nin– guno de los comercios de .Easo poseía tenedor de libros más perito . De números cabalmente quería tratar Martín la tarde aquella. Entró en el cuarto andre Joshepa , andando con cierta dificultad porque las sayas em– papadas se le pegaban en las piernas: detrá s de sí dejó las huellas de los pies y un reguero de agua. - ¿Qué hay? Nunca la frase castellana que los aldeanos easo – nenses articulan maquinalmente al establecer entre ellos algún género de contacto, resultó mejor apli– cada. Martín, sin contestar, cerró la puerta, abr ió el armario y en seguida el cofre: de éste sacó un pa– ñuelo anudado que sonaba á dinero , y de aquél una cartera de cuero basto y desteñido. Desanudó el envoltorio y sobre la mesa cayeron los duros, pesetas y doble s pesetas que el paiiuelo contenía. - ¡jesús de mi alma!-exclamójoshepa riéndo se; -butn regalo nos piensa hacer el amo. ¡Ya era hora! Martín se sonrió, acentuando la sonrisa la expr .e– sión plácida y bondadosa del rostro ; mas por única contestación dijo lacónicamente:-Cuenta. Las manos de josh epa, fruncidas por la macera-

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