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168 LA BELLAEASO tante no era malvender la cacharrería, sino "tras– pasar el establecimiento acreditado,,, y les abrió los ojos y les arrimó yesca á la codicia. Lajumera, sabedor del caso, hizo algunas ofertas poco halagüeñas por la cuantía, y aun menos por el modo: operación sin dinero de presente, á cré– dito y á plazos. Martín, siempre receloso, no reci– bía estímulo á mostrarse abierto de las doctrinas acerca de lo tuyo y lo mío defendidas por Perico. Éste ningún día de fiesta dejaba de sentarse en la cocina, parte por reiterar ó modificar sus proposi– ciones, parte por cortejar á Tomasha. La gravedad había desaparecido del rostro de la muchacha. Su expresión corriente era la de una ale– gría estrepitosa que no desaprovecha ninguna oca– sión de reírse . Perico entreteníase en dirigirle fra– ses de doble sentido, que ella desentrañaba con candor, fingido á veces. Del antiguo amor propio, que la hizo tímida y reservada, tampoco retenía ves– tigio. Se había persuadido de que nunca es ridículo ante los hombres Jo que dice ó hace una buena mo– za. Además presumía de que las últimas tiras de piel aldeana las había arrancado el trato con las muchachas alegres del taller. Si antes pecaba de.tn– cogida, ahora de petulante: consecuencia de las jiras donde las compañeras se disputaban los galanteos. Su instinto femenino y el ejemplo le habían ense– ñado que una mujer, al habla con un hombre joven ó viejo, feo ó guapo, ha de procura r traerlo al retor– tero, sobre todo si hay allí.otras mujeres. Lajumera salía mareado de los diálogos con Tomasha. A veces se creía dueño del campo;de repente convencíase de que no le franqueaban la entrada al coto. Desconcer– tábale la confusa trama de malicia é ingenuidad que advertía: aquélla, por tocar los linderos del impudor, á la fuerza había de ser inconsciente; ésta, por la in– verosímil ignorancia de las cosas de la vida que ar-

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