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IM LA BELLAEASO de quien nadie hacía caso, fija, inmóvil en su asien– to, resplandeciente de joyas y sedas, testigo mudo de la escena, lloraba. Luis corrió á darle un beso. Anunciaron la cena y pasaron al comedor . ' D. Víctor, satisfecho por haber obtenido la su– mision de Luis, procuró mientras la cena restable– cer el tono del trato normal. Éste, muy sobre sí ponía de relieve con su taciturnidad la alegria d~ Julia y Luz, estimulada por el grato recuerdo del memorable five o' clock. Así es que cuando las her– manas se encontraron solas en su cuarto de dor– mir, se abrazaron y besuquearon largo rato. -Luis nos concede tregua. Hay paréntesis en las majaderías patrióticas!- exclamó Julia al soltar– se por la espalda desnuda la copiosa cabellera ne– gra que con su peso le agobiaba la cabeza. Todas las noches, antes de recogerla en la redecilla, le otorgaba unos minutos de libertad. - Si reflexionas un poquito comprenderás que la cosa es algo dura para un hombre. Las mu– jeres no concebimos esos entusiasmos de la políti– ca, esa bobería de dar y tomarse disgustos por co– sas que no importan directamente. -No sueltas á tres tirones tu oficio de abogado, hija..... Soy sincera, imparcial; Luis se ha portado; apretaba los dientes, le brillaban los ojos aun más que los quevedos, se le hincharon las venas del cuello..... Temí una trapatiesta de mil diablos.... porque papá también había roto las amarras ..... · Jesús! imponía miedo! -Hasta soltó un..... Te acuerdas? Las dos hermanas se rieron. Luz, en camisa, to– mó asiento para quitarse las medias de seda calada, color mordoré. -Qué fastidiosa la Zubiaur! Me encocoran esos tufos. Total, una mujer rica, con un título fresco de
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