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A. CAMPIÓN 155 Al tomárselo recordó D. Víctor, por la expre– sión repulsiva del rostro ce~rino de Arditurri, la malafama que como político y abogado le descon– ceptuaba. En el salón principal se produjo un mov1m1ento de curiosidad.Todas las caras se volvieron hacia la puerta, y por ella penetraron los condes de Zubiaur y D. Fernando de Lekuona, que daba pasos muy largos,inclinada hacia el pecho la barba blanca. Efectuadas las presentac"iones, tomó asiento la Zubiauren el corro central, dándose maña para no cruzar la palabra sino con la Gali-Sancho y la To– rrejauregi. Las señoras y señoritas diseminadas por el salón se hacían cargo de las numerosas y riquí– simasjoyas de la condesa, criticando su extempo– ránea acumulación. -Al fin y al cabo-decían á media voz,- rica– chonabilbaína!Je sús! parece el escaparáte de La– cloche! El conde, vestido á lo figurín inglés, brillantes los dientesen la boca boba, siguió á Lekuona al gabi– nete de los hombres sesudos, donde desplegó los labiostres ó cuatro veces para aprobar otros tantos dichosdel Embajador. A los veinte minutos se re– tiraron los condes de Zubiaur. Como para excusar– se dijo la condesa en voz alta y con afectada son– risa:-'' Nos esperan en la que ciertas gentes llaman la Tertulia az ul.,, m D. Víctor hubiese pagado dinero porque todos los visitantes imitasen á la pareja. El ejemplar de La Epoca le quemaba la piel á través de la ropa. Lejos de languidecer la conversación pocas veces había sido más general y animada. Cubría los gas-
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