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126 LA BELLAEASO de la Avenida; las dos muchachas se detuvieron pa– ra despedirse . La despedida fué seca. El cambio de confidencias les dejaba malos recuerdos. V La ausencia de Guadalupe no podía permanecer oculta al husmeo y curioseo que en las casas de ve– cindad constituyen el afán de las personas incul– tas y mal educadas. El entrar y salir, el llevar y traer son objeto de incansable espionaje, y cual– quier variación, asunto de comentario y estímulo de ponerse en campaña, tomar los vientos y ejercer de polizonte hasta averiguarla. Las dos "novedades,, del día coincidieron: ni Guadalupe ni Tomasha acudieron al taller el lunes. Una vecina notó que no iban, y otra, que no vol– vían. Establecido el contacto entre ellas, brotó el chismorroteo. El caso de Tomasha no picó en his– toria; viósela en la taberna y subir y bajar por las escaleras; el "misterio,, se disipó á la primera pre– gunta. Siempre se había dicho que el aprendiz;:¡je de coser y planchar se encaminaba á adquirir apti– tud para el servicio doméstico; la respuesta obteni– da. á las más noveleras y recelosas comadres les pareció lisa y llana. Pero la Guadalupechu, dónde se metía? El martes no fué una, sino todas las vecinas des– ocupadas quienes se pusieron al atisbo. Tampoco salió ni volvió Guadalupe á la hora del taller. El caso iba haciéndose extraordinario: ¡dos días conse– cutivos! D.ª Constancita cambió su hora de compra. No le valió la estratagema ; dos ó tres mujeres le salieron al paso y le preguntaron por la salud de la hija: la hipótesis de una enfermedad era la más plausible de todas. Ciñóse á replicar que la salud

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