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122 LA BELLAEASO sillo, puestos los billetes dentro, y recúbrelo con un petacho de paño fuerte, cosido á tres ó cuatro pes– puntes, de manera que los billetes no puedan salir sin rotura previa del chaleco. Éste, ni en la cama me lo he de quitar: ¡ojalá me lo pudieses coser al pellejo! Y en el bolsillo permanecerán los billetes hasta que salgan para pago del nuevo caserío. Jo– shepa, se acabó la ciudad! Maldita sea! El tono de Martín era tan absoluto, inapelable é irrevocable, que la andre, aun en el caso de conser– var las ilusiones de antaño, no se habría atrevido á contradecir la sentencia. Inclinó la cabeza, resigna– da, y se puso á dar los mejores puntos que sabía. rv Las dos amigas se encontraron en la escalera un domingo. Desde bastante tiempo atrás no les había sucedido otro tanto. Reconciliados Guadalupe y Leonardo, exigió éste que los paseos domingueros no estuviesen cohibidos por ninguna compañía. A Guadalupe le repugnaba hacerse reo de un com– portamiento poco amable contra Tomasha, su fiely complaciente compañera:-"sin más ni menos, de– sirle así, "sobras!,, me parese feo; ¡vaya un pago por las veses que nos llevó la sesta!,, Mas la prime– ra tímida insinuación, lejos de ofender fué cual un dedo tendido que se aprovecha para asir la mano entera. A Tomasha esos paseos le suscitaban muy amargos recuerdos, renovaban sus dos heridas do– lorosas, la recluían en un estado de ánimo tristísi– mo, del que · á toda costa procuraba salir, en bus– ca, si no de la ventura estable, por lo menos· de la alegría fugaz, en virtud de los derechos anejos á la juventud. Desligada de Gu~dalupe entró en filasde una partida volante, compuesta de oficialas de la

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