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120 LA BELLAEASO salvado yo: dentro de unos cuantos meses las angu– las de Agiñagase venderán más caras que los sirios. Martín apretó efusivamente las manos de lri- goyen. -Y ahora, qué vida? -A comprar caserío, pese á quien pese. - Ymientras tanto el dinero parado, sin produsir? Lleve usted al Crédito Vasco; tres por siento, en depósito, le abonarán. De echarle mano un ladrón al bolsillo interior del chaleco, no habría puesto Martín una cara más fos– ca. Dejando su baskuenze, replicó: -Me estoy escarmentao: los sientas cuestan mi– les. Aunque se junten sielo y tierra no soltaré el diñero. - Vaya usted con Dios, vaya usted con Dios; está impasiente..... Ah! le voy á pedir un favor..... Estoy dando voses; la andre conosérá mucha gente..... Ne- sesito una donsella para el servisio doméstico. Des– de que se me casó la Yaneta,-es vesina de ustedes, verdad?- no encuentro de mi gusto. Los solterones, á la vejés echamos de menos la mujer propia. Martín, predispuesto por la gratitud á prestar un servicio, irreflexivamente contestó, sirviéndose del idioma nativo: -S i á usted le conviene mi hija, la Tomasha, se la ofrezco! He determinado ponerla á servir, por reducir gastos. Supongo además que no me hará cosa derecha en el caserío. Se ha vuelto demasiado fina. Sabe de coser y de planchar y..... lrigoyen dió el encargo sin ocurrírsele que las manos del propio Martín pudieran tapar el hueco doméstico. No se acordaba entonces de la hermosa Tomasha! La oferta le halagó sobremanera. -Con el mayor gusto, hombre! La hija de usted no ha servido, es virgen aún; por tanto no estará resabiada. La amoldaremos á nuestras costumbres.

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