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A. CAMPIÓN 113 sístentes. Por fin se detuvo y se apoyó, semísenta– do, en el elegante bufete de cao~a. Encogido, cabiz– bajo,sin aplomo, parecí~ otro hombre. -Ya lo sabe usted, m1casa es representante de La Ibérica, !a encargada de los pagos y demás..... Estatarde, á las cuatro, se reunirán los acsionistas... he preferido llamarle á usted á solas..... los otros no son gente de la clase de usted..... así tendrá más libertad. Martínse puso pálido. No le cabía duda de que ibaá oír cosas muy desagradables. Sus ojos cam– biaron la puntería, bajando del rostro de Irigoyen á su pie derecho, que se meneaba sobre el morro del zapatocon oscilación vertiginosa, cuyos efectos se trasmitíanhasta el tintero y la lámpara eléctrica del bufete.Martín establecía una equivalencia entre la trepidaciónexterior y la interna propia. -Siento muchísimo, amigo mío, que el estado de su salud no sea mejor de Jo que parese ..... Síertos golpes,resibidos en plena robustés son más sopor– tables ..... En fin, sobran sircunloquios..... La Ibérica se ha declarado en quiebra..... Esos desastres de la milisiaterrestre y marítima tienen la prinsipal cul– pa; acaso en otras sircunstansias se habría podido pagarel dividendo de Enero, pero con estos cam– bios horrorosos, con ese oro que se ha subido has– ta los mismos rayos del Sol, ¡imposible!Usted, nos– otros, yo también, yo también, eh? nos hemos que– dado á la luna de Venesia. Los papelitos blancos, garabateados de color, em– pezaron á remolinar delante de los ojos de Martín. Subían, bajaban y giraban, impelidos por el hura– cán;obscureciósesu blancura y se volvieron negros.. - De manera que aquellos?.....-interrogó Mar– tín atragantándose. Guzirako extendió el brazo derecho hacia arriba, levantóla mano y produjo un seco castañeteo· con 8
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