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12 LA BELLAEASO El marqués se había ido... diciendo que volvería. y entonces? Y mientras tanto? El duende no se aleja– ba; permanecía allí, en las entretelas del corazón, haciendo resonar las tent2doras monedas y escar– bando con uñas de gato las fibras más tiernas. Tentadoras, tentadoras! hasta cierto punto; hasta el punto de esas gangas extraordinarias, de esas valo– raciones insensatas de terreno que, de vez en cuan– do, ocurren en las ciudades que progresan. "Nada de locuras,,, había advertido el marqués. O en otros términos: le ofrecía un precio relativamente eleva– do, pero razonable, como el que le pagaron á Ju an Pello Orbea por su caserío de "Lekuona ,,, mil du– ritos más que la tasación; como el que recibió José Ignacio Erquicia por "Pagolaundi ,,, ocho mil pese– tas de momio. No valía la pena. Y aunque valiese! Malditomarqués de los Madrilles! vaya un capricho el suyo, de venirse á vivir al campo! qué papel iba á desempeñar en paraje solitario, sin cafés, casinos, teatros y paseos "de dar vueltas,,? El campo es pa– ra quien lo trabaja, para quien lo riega con el sudor fecundante. Hasta dónde iba á extenderse la ciudad casquivana y novelera, agitando los cascabeles de su locura, arrasadora de lo antiguo? Y aun hablaban de los carlistas? Ojalá la hubiesen hecho polvo des– de la baterías de Arratsain y Ametzagaña! Todo se trastorna y confunde; el mundo es un manicomio; los aldeanos van á la ciudad, los ciudadanos á la aldea; las mozas del caserío se calzan botas de al– tos tacones, las señoritas de la calle, alpargatas; los señores, de chaqueta,·guían los caballos, y los co– cheros, de levita, se repantigan ociosos pensando, acaso, "si me estrellará este bruto?,, Tardes pasadas vino una familia madrileña á be– ber leche. Juzgando por los trajes, en su simplici– dad tomó á los criados por los amos. No se rieron poco! De alcanzársele este linaje de comparaciones,

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