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108 LA BELLAEASO carne, poca; de verduras y legumbres, un huerto· vino y licores, ni gota; agua fresca á discreción ,: para la buena boca algún vasito de leche. Muév~se usted, ande por el campo siquiera una docenita de kilómetros diarios. Me promete usted obediencia? -Sí señor - contestó Martín de forma que ne daba lugar á dudas sobre la firmeza de su propósi– to.-Usted me recomienda el género de vida á que estoy acostumbrado. -Claro, hombre, claro!..... y el que á usted le gusta? Martín bajó la voz y dijo en tono confidencial: - ¡Si supiese usted, D. Telesforo, cuánto me acuerdo de antes! -No es preciso ser lince..... En los paseítos éche– le el ojo á algún caserío, saque el dinero del escon– drijo, y ¡zas!sin decir oxte ni moxte, cómprelo á cen. cerros tapados! Los ojos de Martín se alegraron, pero pronto IE ar ruga de la cavilaciónse frunció en su entrecejo Extendió los brazos y movió las manos al aire. - Quién arranca de aquí esto, ahora! Las manos de Martín, con sus expresivos ade– manes, puntualizaban la tímida vaguedad de la frase -Ta, ta, ta, ta! Conoce usted el dicho de mi tie– rra : "en casa de Mari Miguel, él es ella y ella ei él,,? Póngase usted los calzones y enseñe los pu· ños, si es preciso. Llámeme el día de la gresca; y< también dispararé mis cañones. En el casino le o· referir al marqués de Castro-Elvira las peleas qut usted sostuvo: ¡de poco que nos reímos! La hij¡ guapa, supongo, votará asimismo en contra? -Las hijas obedecen-declaró Martín, picadoer su amor propio por el recuerdo del casino y h pregunta. -Pero la mujer manda, y no salimos del panta· no. Mayor disgusto me produciría la rebeldía de h
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