BCC00R49-5-16-1700000000000000410
Á. CAMPIÓN 11 llaves sobre las faldas de hacendosa dueña. El color, antes mortecino, se había avivado, despidiendo chis– pazos de luz las aguas y de oro el otoñal follaje. Las orillas del ondulante río, que á trechos taracea– ba el verdor oscuro del valle, resonaban con el golpeo de las perennes lavanderas. El marqués, dando fin á su contemplación, comen– zó á bajar la cuesta. Antes de llegar á la mitad se cruzó con una mu<;hachaque traía sobre la cabeza y espalda una enorme carga de hojas de maíz. La conoció; era Pachika. Sus pantorrillas morenas, re– cién lavadas, brillaban al sol como si fuesen de bron– ce. Pisaba fuerte los puntiagudos guijarros, hun– diendo en el polvo los cascajos menudos, y se oía el roce de la piel basta contra la dura piedra. Subía cantando alegre arin arin, sin que la pen– diente ni la carga provocasen un trémolo de can– sancio en la voz inculta y fresca; voz sin penas ni cuidados, sin esperanzas ni recuerdos, expresiva del contento presente, entonada por la primavera en el zarzal de la vida. llI Martín, cruzando los brazos sobre el pecho, apo– yó los codos en el alféizar de la ventana. Sus ojos, azules y claros como dos gotas de agua marina, no se.apartaban del marqués, embelesado por el pai– sa¡e. Era la expresión de ellos expresión de im– portunidades y molestias, impensadamente debidas á entrometimientos ajenos. Cuando Castro-Elvira des~pareció, camino abajo, á Martín se le quitó de encima un peso, se le disipó una nube y lanzó un suspiro de desahogo. Pero dentro, muy hondo, serpeaba la inquietud.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz