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A. CAMPIÓN 97 que, por su parte, amó de veras. Esta memoria ac– tualmente iba alterándose por recelos que no aco– oíasin lucha. Había sido la de Luis una conducta perfectamente generosa? había respondido cabal– mente á la nobleza de su carácter? De los dos amantes, no fué uno solo el que se sobrepuso al egoísmo?Tomasha, como en otras ocasiones aná– logas,traducía mal en ideas sus sentimientos. Fal– tándoles la diversión de la intelectualidad, acaso era más honda su opéración afectiva. El espejo le descubrió las huellas que la mala no– che, la reprimenda de su madre y las desconsola– doras reflexiones propias le marcaron en el rostro. Se lavó y peinó con exquisito esmero, por ocultar– las: no quería que las compañeras de taller pudie– ran sospechar de sus penas; menos que nunca aho– ra, pues las indiscreciones periodísticas les indica– rían la pista segura. Se vistió lentamente, y estos quehaceres prácticos le encarrilaron el pensamien– to á considerar su situación personal desde un pun– to de vista práctico también. Lo que· ella anhelaba en primer término era el olvido. Cómo obtenerle? El olvido se lo pediría á Easo, maga de las fiestas eternas; á la radiosa J ayápolis que vierte, no el bál– samo de la paz, sino el licor del aturdimiento. En– traría en las filas alegres de las más alegres obre– ras, aunque violentase á su genio, siempre encogi– do y ahora triste. Su madre la había agraviado. El premio á los actos buenos son las lágrimas. Las caí– das, aun involuntarias, no alcanzan perdón. Luis acababa de plantarla. Las lecciones que los dos hombres causantes de su desventura le dieron, eran una lección de egoísmo. En ambos casos se había dejado vencer ella del sentimiento que busca la sa– tisfacciónajena. Desde ahora procuraría ser impa– sible. De esta suerte, el alma de Tomasha viraba paulatinamentehacia la insensibilidad moral. 7

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