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A. CAMPIÓN 93 bién,de las mariposillas que por las noches entraban á la luz y sé consumían en su llama. Tomasha abrió los ojos, y al encontrarse consuma– dre en actitud de escucha y observación tan incom– prensibles, sobresaltada, exclamó al incorporarse: -Sefiora! La madre cerró la puerta, dirigió una mirada muy severa é inquisitiva á la hija, y ordenándole con el ademán que no se vistiese, sino que prestase aten– ción, dijo: -Vas á contestar sin rebozo á mis preguntas. No me has de ocultar nada, pero nada, nada, aunque te dé vergüenza. Quién es, cómo se llama ese hombre que pasea contigo por el campo los domingos? Ah! os escondéis de la gente! no haréis cosa buena, no! La pregunta avivó la pena de Tomasha. Sintió impulsos de subirse al rostro la sábana, pero el mie– do de que el gesto fuese atribuido á una vergüenza que no habfa por qué experimentar, la hizo penna– necer en la misma postura, entornados los ojos, con– traídos los labios, y con una resolución de callarse tan manifiesta,que andre J oshepa se enfureció, vista la indocilidad. -Soy tu madre, mando sobre ti por la ley de Dios. Quiero que me contestes, á buenas ó ámalas. Desde que eres mujer no te he pegado; hoy estoy resJJelta á todo por restablecer la obediencia que me debes. El temblor del cuerpo, el fuego de los ojos, las amenazas de las manos denotaban que andre jo she– pa era capaz de poner en consonancia dichos y hechos. -Madre-rep licó Tomasha con entereza,-me callo, no por desobedecer á usted, sino porque es inútil hablar. Mi novio y yo rompimos ayer para siempre. Tranquilícese usted. La entereza se quebró al pronunciar las dos úl-
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