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92 LA BELLA EASO el cuerpo delgado por la abertura de ella y se plan– tó ante la cama de Tomasha . Esta dormía con los brazos fuera y desabrochada la camisa, entreabierta la boca y baja la cabeza, porque la almohada se hundía casi entre el col– chón y los hierros. Las sábanas y manta en re– voltijo, tocando al suelo por la parte de la cabecera, dejaban al descubierto las pantorrillas. La misma pesadez del sueño de Tomasha corroboraba la sos– pecha infundida por otros signos: que el sueño vino á última hora, reacción tardía contra pertinaz insom– nio. En las mejillas pálidas duraba el surco del llanto. Andr e J oshepa, predispuesta á interpret ar lasco– sas de Tomasha en sentido adecuado á las noticias de Lajumera, no dudó de que las lágrimas y agita– ción nocturna provenían de las relaciones amoro– sas. Ninguna otra causa podía atribuirse al desaso– siego y á la pena ostensibles. Pero, eran los obs– táculos ólas consecuencias del amor los que afligían? La pregunta incontestada componíase bien con las hipótesis más desfavorables, ampliadas por la ima– ginación hasta los linderos de la certidumbre. Brotaría de los iabios alguna palabra reveladora, como suele observarse en las personas que sueñan? Andre Jo shepa inmóvil, ensordeciendo la respira– ción y enarcando el cuerpo sobre la cama, aguarda– ba, sin cansancio de la espera . El único signo de in– quietud lo daban los ojos, que recorrían el cuerpo de Tomasha y por primera vez, acaso, puntualiza– ban los rnsgos de su hermosura. Comparábalos á las monedas de un tesoro neciamente arrojadas á los cuatro vientos. Observó los pies, antes morenos, ahora blanquísimos, con una suave pátina oscura en el empeine y los tobillos, más tardíos en perder su atezamiento, y se acordó del campo, de su vida mo– notona sin temores ni angustias, y se acordó tam-

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