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A. CAMPIÓN g caroante! Disfruto del bullicio de una ciudad de pro– vin~ias y veraniega por ai'íadidura . Tocante á bulli– cio prefiero el de los bulevares de París. ¡O corte, ó cortijo! Busco un cachito de libertad; necesito tomar el verde, como los c::iballos, por la primavern . Mis hijas andan anemicuchas, ¡practican la diver– sión hasta la reventadura!; ·mi mujer se ajamona; yo me defiendo, de unos ú otros achaques, con la esgrima, la equitación, lfl caza. De chicas..... ias de cerveza, y aun éstas moderadamente. He respirado y respiro mucho aire impuro, mucho aire de salón, de ministerios, de cuerpos colegisladores; mis bron– quios comienzan á enroñarse , mis pulmones á soplar mal, ¡hay"que tonificarlos! En resumen, buen hom– bre, ¿quiere usted venderme la casería y tierras ad– yacentes? Y por cuánto? Frunció el aldeano el entrecejo; avivósele la ru– bicundez de las mejillas; entornó los ojos; apoyó la frente sobre la mano dereci,a, un si no es temblo– rosa, y se sumió en honda meditación, desenten– diéndose de cuanto le rodeaba. El marqués, propenso á burlarse del receloso y tardo aldeano, revistióse involuntariamente de gra– vedad ant~ las patentes sefiales del angustioso pro– blema psicológico por él planteado á persona, mo– mentos nntes, libre de cavilaciones. La venta del ca– serío, sin duda, á una entraña muy sensible afectaba. -Po r mí, no; pero ..... Esta frase, pronunciada al cabo de un larguísimo silencio, exteriorizó el drama: la primera parte, con su rotunda negativa, resueltamente dicha, afirmaba la voluntad personal en su pura esencia; la adversa– tiva "pero ,,, con su dejo de melancolía, con su este– la de indecisión, delataba la tupida red de fenóme– nos que suelen torcer, limitar y condicionar la sobe– ranía de aquélla. ¿Titubeaba el aldeano entre su amor á la tierra y

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