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78 LA BELLAEASO El orgullo de Luis respondió: ¡jamás!antes la cruel– dad aparente que la indignidad cierta. Iba á causar una pena inmensa..... ¡la que él compartía! Cómo esquivarla? dónde hallar el remedio? Cuando el padre, sin datos, discurriendo malignamente por las aficiones libertinas de los de Alaitasuna, puso en duda el honor de Tomasha, no podía suponer que tan dentro de la verdad se situaba. Acaso la estratificación jerárquica de las clases, es, de su– yo, tan conforme al plan divino, que todas sus transgresiones, en una ú otra forma, se expían? Cuánto le humillaba la presunción maliciosadel pa– dre! Tomasha se había entregado á otro hombre! este era el hecho aborrecible é irreparable! Efecto de la desgracia ó de la culpa, constituía una indig– nidad del orden moral en cuya comparación los obstáculos dimanados del orden social parecían gra– nos de arena. Resuelto á saltar sobre los segundos, retrocedía ante el primero, mortal herida abierta en su concepto de la virtud y del honor. Se pasó la mano por la frente, húmeda de sudor frío. Levantó al cielo una mirada quejosa, y con an– dar titubeante se aproximó á Tomasha. El amor, rápidamente, degeneraba en compasión. Ella leyó en los ojos de Luis 1a·prevista sentencia, y la angus– tia, renovándose, le hizo descubrir con sorpresa que bajo el convencimiento de la inevitable separa– ción todavía palpitaba una inconsecuente esperan– za. Se cruzaron una mirada de las que provoca la muerte en sus despedidas. Durante largo tiempo permanecieron fascinándose, prendidos por los ojos, y sin intervención de la voluntad se abrazaron y dieron un beso, más largo y apasionado aún que la mirada. El turgente pecho de Tomasha, al sollozar con– vulsivo, batía al de Luis con movimientos de ola. De los rubios cabellos, de la delicada y blanquísima
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