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76 LA BELLA EASO bría dejado descuartizar por def~nder que yo era el primer hombre á quien habías abierto tu cora– zón! Tu ingenuidad, tu candor, eran apariencia! la flor del campo, que yo imaginaba pura, conserva la baba de labios inmundos! Has querido tanto á otro hombre que te perdiste por él! Tus tristezas, tu enfermedad, eran la consecuencia de tu caída;de tu caída no antigua, sino reciente, de ahora, como quien dice. Por qué me diste oídos? por qué acep– taste mi trato? Nunca oculté mis propósitos, los que hoy han tenido efectoy recompensa! Oh, To– masa! cómo me has engañado: ¡Dios te lo perdone! En la mente de Luis, la imputación de engañono se refería á un hecho personal de Tomasha, sinoal cúmulo de circunstancias que, concurriendo en ella, le indujeron á error. La frase era ambigua, y ella la entendió en su peor sentido. Los reproches crueles los había oído con resignación, agobiada por la pena; el reproche injusto la movió á romper el si– lencio. -Yo engañar, Dios mío! Te acabo de decir lo que una mujer sólo dice al confesor; lo que se le oc.ulta hasta á la misma madre! En un horno me habría yo también dejado encerrar por no decirlo! Y te lo he dicho á ti, cara á cara, sintiendo que las mejillas se me agrietaban de vergüenza. Te lo he dicho á ti, sabiendo que tú eras incapaz de sospe– charlo, sabiendo además que nadie podr.ía descu– brirlo! No me han parado las consecuencias que te– mía y ahora suceden. Esta confesión es el único aroma que puede darte la pobre flor del campo, marchita. Estoy perdida, sí..... mi cuerpo..... ahora pierdo mi alma..... al perderte . A ti sólo he queri– do..... al que me perdió no le quise..... ni yo misma me explico cómo fué..... Me llevaron á una casa con l¡i excusa de q4itarmé aquel traje..... Luis, evítame la vergüenza de recorda_r la historia..... sé que en-

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