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70 LA BELLAEASO chachos: el muerto, un hermanito de cinco meses, y ellos eran del caserío Alzola, á dos horas de ca– mino. Porque llovía mucho ningún pariente ni ve– cino quiso tomarse la molestia de acompañar el ca– dáver. Mejor que ellos estaba el chiquillo en el cie– lo! sin trabajar, siempre descansado, entonando aleluyas! -A ver cómo se quedó después de muerto?– dijo Tomasha, rindiéndose á la curiosidad . Impaciente, quiso levantar la tapa, que resistió por estar cerrada con llave. - Aquí la tengo- dijo el muchacho presentando la llavecita. Y mientras Tomasha, después de algu– nas tentativas, conseguía meter la llave en la cerra– dura, el hermano mayor se fué á apedrear á los pájaros; el menor permaneció quieto. -A mí no me asustan los muertos -d ijo, dándo– se aires de hombrecito intrépido. La tapa cayó sobre el banco, y se descubrió el cadáver. Tomasha, riéndose, fué enumerando las particularidades que le llamaban la atención: la cara fruncida como de viejecito, las nar ices y los labios hinchados, el color amarillo de la piel, la gorrita mu– cho mayor que la cabeza; enumeración entrecor tada por las frases: "¡angelito de Dios! mejor está que nosotros!,, Leonardo la escuchaba reprimiendo una sonrisa burlona; Guadalupe, haciendo aspavientos; Luis, con pena. El horror á la muerte era uno de sus instintos capitales. Establecía conexión y corres– pondencia entre la impasibilidad de los hermanos y la jovialidad de Tomasha. A las recapituladas por el padre, una de muy honda trascendencia faltaba: la desigualdad de sensibilidades.
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