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LA BELLAEAS0 -- No sé, no sé cómo abres ..... De oro, eh? Ya no hay moneda, y vosotros pa pósporos: j au.ngoikoa! Durante toda la escena el aldeano no quitaba los ojos al marqués, ansiando adivinarle los pensamien– tos. El marqués, al tanto del juego, procuraba sos– tener una expresión indiferente, rep rimiendo la son– risa burlona que le cosquilleaba los labios. Después de limpiar la fosforera, frotándola en la hierba, el aldeano se la devolvió al dueño. - No entender; no sé qué edises de errentas ..... El marqués, aun con más cachaza que el aldeano, repitió la pregunta valiéndose de las mismas pala– bras; pero articulándolas lentamente y alzando la voz. El aldeano le mostró la pipa, como para recor– darle que aún no la había encendido, y tomando la cerilla que el marqués le presentaba, se enfrascó en la ardua tarea de pegar fuego al tabaco. Luego se sentó en la lanza de la carreta vacía, y rascándose sin tregua la cabeza, prosiguió hablando: - Sí, sí, ya he dicho: tierras prías y cuestosas, helecho leeos; pero ..... pero..... pero..... siutá tene- mos vesino, y..... y..... y ..... eso ¡mucho evale! La ch resonó como golpe de platillos en banda militar. El marqués renunció á reprimir sus carcajadas. -Acabáramos! Usted es el dueño, el propietario. Me alegro; trataremos directamente del negocio. Le voy á hablar con franqueza; imíteme en las contes– taciones. Me importa un comino la calidad de las tierras; no pienso labrarlas. La lejanía del helechal tampoco me preocupa mayormente. Mi plan es edi– ficar ahí, donde se levanta la casería, una casa de campo á mi gusto. Paso el año en Madrid, y me conviene durante una temporada cambiar de vida. Por eso precisamente huyo de la ciudad modesta ayer, empalagoso remedo de gran ciudad hoy. Ten– go arrendado un hotelito en la playa. ¡Cosa más
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