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A. CAMPIÓN 69 alegresinspeccionófestivamente. Del semblante de. Tomashahabía desaparecí.dohasta el último vesti- , Qiode las pasadas tristezas. Vivo el color, resplan– decienteslos ojos, opulentamente florida la hermo– sura,marcábaseel triunfo de la juventud sobre la pena,y el resurgimiento de la esperanza contra el desengaño. Siguieron su ruta sin desagrup;:irse. La nueva costumbre era subdividirse en el paraje que se bifurcabael camino, y tomar cada una de las sen– dasque, á derecha é izquierda, después de tra– zar sinuoso semicírculo alrededor de una umbrosa montañuela,volvían á juntarse en Lizar -iturri, . don– de las parejas, de lo que consigo traían merenda– banal aire libre. Y luego, vuelta al punto de bifur– cación,separadamente, por el semicírculo opuesto al ya recorrido. El pasear sin testigos decía bien á losasaltos de Leonardo y á las iniciacionesde Luis. Por la senda de la izquierda subían dos chicos, de unos trece años el mayor, de menos de nueve el segundo, hermanos á juzgar por el parecido del rostro, abiertos los paraguas que goteaban: sin du– da, montes arriba, la tenue llovizna de Easo era lluviaformal. El mayorcito traía debajo del brazo un féretro diminuto, recubierto de tela blanca con listasazules en los ángulos, y una cruz de tachue– lasdoradas sobre la tapa. Cansado por la cuesta, dejóel ataúd sobre un banco, mojón de la diligen– ciaedilicia de jayápolis. Los hermanitos tomaron asientoá ambos lados de aquél; al pequeño no le llegabanlos pies á tierra y balanceaba las piernas; el mayor silbaba un aire campesino y seguía con la vista el vuelo de los pájaros. Tomasha cuando distinguió el ataud palmoteó gozosa: - Un ángel de Dios, un ángel de Dios! Corrió al banco y se puso á interrogar á los mu-

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