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A. CAMPIÓN 67 obligación,no del todo ineficaz, al parecer, y dió fin á sus razones con tres palabras: -Adiós, Luis; reflexiona! III A paso largo se e·ncaminó Luis hacia las alturas del cementerio. Temía llegar tarde á la cita. Las ar– terias remporales le latían con fuerza; sentía vérti– gos,aturdimiento. La revelación referente ~ su ma– dre le había sorprendido sin disgustarle. Siendo ellade humilde cuna, no rechazaría á Tomasha; el padre tampoco podía extremar la oposición. La úl– timaparte de la entrevista, la más interesante, so– naba á consejo, á persuasión; el amigo, más que el padre, hablaba. El hábito, sin duda, le había impe– didodarse cuenta exacta de la situación de su ma– dre en la familia. Ahora salía el por qué de ciertas rarezas, que él solía asentar sobre el renglón del genio. Iba entendiendo alusiones oídas fuera de casa. Efectivamente, su madre vivía como secues– trada..... Esta frase del padre, sin embargo , no era completamente exacta; cohibida, estaría mejor di– cho. Ella, con las gentes de escalera abajo tan des– embarazada y locuaz, en el salón no desplegaba los labios. Ciertas visitas de tono, de cumplido, las ha– cían el padre y las hijas, coincidiendo con jaquecas ó indisposiciones; puros pretextos, sin duda, de la madre. Tenía la certidumbre de que Julia y Luz ig– noraban la basta estofa materna; pero hasta sus más leves signos descubríalos la agudeza femenina de ellas y su olfato adiestrado á los vientos de la elegancia. Ello es que las dos hijas eran quienes, por cotidiana presión, reducían la personalidad de su madre á la de simple maniquí lujosamente ves-

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