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62 LA BELLAEASO que su padre le miraba á hurtadillas, taciturno y displicente. Beb.ido el último sorbo de café, se levantó para salir. D. Víctor entonces, como haciéndose violen– cia, con gesto de quien va á dar un paso fastidioso, le dijo: - Ven á mi cuarto; hemos de hablar . Luis tuvo la evidencia de que la conversación versaría sobre sus relaciones con Tomasha, y expe– rimentó una impresión desagradable. Preveía el con– flicto insoluble, el disentimiento sin composturr.. D. Víctor tomó asiento en la butaca. Luis con– templó el cuerpo magro y menudo de su padre– cuerpo de muchacho, sin rastro de obesidad;-su pulcro vestir, á la última moda; su empaque de per– sona distinguida; la linda barbita rizada y canosa, á lo Enrique el Bearnés , y Je comparó á sí propio, alto, de varonil complexión montañesa, con leves asomos de gordura en el abdomen y mejillas, afi– cionado á calzar alpargatas y calar boina, esquivo de los salones, andariego de vericuetos: signos exteriores correspondientes á la disparidad de las almas. D. Víctor comenzó á panderetea·r sobre la mesa con los dedos de la mano izquierda; la derecha per– manecía inmóvil, crispada sobre la rodilla; el entre– cejo fruncido publicaba la idea importuna, la cavila– ción que habrá de traducirse en acto antipático, gustosamente omitible. Notábase que no sabía cómo tomarle al .asunto la embocadura, aprensivo de errar el modo y dificultar su éxito bueno. Luis, re– frenando su impaciencia y disimulando su emoción, de pie aguardaba respetuoso las palabras que ha– bría preferido no oir. ' Las primeras pronunciólas D. Víctor con voz temblorosa que se robusteció paulatinamente. -Te habrás enterado..... sí, quién lo duda? tú,
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