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6 LA BELLAEASO carreta silbando, sin asomo de tristeza en el pláci– do rostro, una melancólica melodía baska. -Este es el casero,-discurrió el marqués:-in– quilinoó propietario.Se parece á la muchachona: sin duda es su padre. Vamos á entablar la negociación. El casero, que ya le había saludado al pasar, aga– rró con la mano izquierda la boina y comenzó á restregarla sobre el pelo, sin quitársela del't9do . - Buenos tiempos, buenos tiempos, rzausi! Pasio, eh? Buenos tiempos. Nosotros trabacando; sucios y..... tenemos necesita. Luego elluvias..... aprove– chando, pues. - Tiene usted una hermosa casería. - Piejo. -La vista es encantadora. - Malos tierras, nausi: prías, cuesta grande. Pie- mo nos saca mucho; siempre pidiendo piemo. -¡Cuánto horizonte se descubre! Aquellos mon– tes del fondo son de Nabarra, ¿no es cierto? - Sí siñor;allá prente mira punta de Arano eglesia. - Y el valle, ¡cuán plácido y tranquilo!..... Esto es magnífico. -Pocos mansanos; mais tierra nesesito, más. Helecho, otra ves leeos. Con caserío solo, no poder vivir. Mujeres, tres en casa, hijas dos; lavanderas, madre y mayor. Buenos jornales, no atienden mu– cho labransa, y... hijos hombres no dar Dios. Huer– ta, allá abajo, chiquita. Buena leche tenemos, oh! buena, buena; egunoró llevamos siudá. -"Pachika!,, llamó el casero, que mientras habla– ba había enganchado los bueyes á la primera carreta. En seguida acudió la muchacha de las sayas arre– mangadas, á quien tendió la pértiga. -Qué susia, nausi! Tu hija, si tienes, ¿qué ct,iría ésta viendo? Luego limpiará que plata mecor. Esta conmigose anda; todo me ayuda; labransa le gusta. Chica muy fiña; tanto como un hombre vale; ya lo
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