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46 LA BELLAEASO sin protesta, sonriéndose tranquilamente. Él no qui– so establecer intimidad prematura, y retiró el suyo. Al principio supuso ella que era desquite; pero rec- . tificóen seguida y agrad_eció el rasgo de delicadeza con una mirada de sus ojos soberanos. -Bobo!-gritó Guadalupe desde lejos. Luis reanudó la conversación, el largo monólogo, más bien cortado por breves réplicas. Habló del campo, del caserío, de los baskos, en amplios pá– rrafos de prosa poética que maravillaban á Toma– sha. Nunca supuso ó adivinó que existiera ese mo– do de expresarse. la manera de decir la encantaba; porque tocante al fondo, á la substancia, ella, de atreverse, habría introducido sus restricciones. Oía cosas en que nunca paró-mientes, y que no obstan– te eran verdaderas; y otras de pura fantasía, incom– prensibles á menudo, que le causaban ganas de reir. Y sin querer recordaba la frase de Dorotea acerca de Luis: "á mí se me figura que está un poco cho– roa,, y también la frase precedente á ésta, que ella suscribía sin restricciones: "es muy guapo,,. Por fin se atrevió á decir, sobreponiéndose á la timidez: - Usted no sabe lo que son los caseríos. No es lo mismo venir á pasar la tarde que vivir en ellos. ¡Tan viejos, tan tristes! -As í y todo le alegran á usted. Traía la cara grave y ahora la lleva usted alegre. De las palabras de Guadalupe infiero que usted se encuentra en el caserío como el pez en el agua. El hecho era cierto. No lo podía negar ni expli– cárselo, como tantas otras cosas que le sucedían. Respondiendoá la incoherencia de sus sentimien– tos, dando la espalda á la lógica,contestó: - Pues á mi me gusta mucho más la ciudad! Luis aguardaba esta respuesta para poner á To– masha en contradicción consigo misma y demos-
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