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44 LA BELLAEASO tas. Ahora el caserío, el antiguo medio ambientela pone á sus anchas; el barniz civil que la recubre se d·escascarilla y deja al descubierto la estofa aldeana. Lo postizo desaparece fácilmente, lo natural perdu– ra; éste me auxiliará y lograré la euskarización completa. Entró en la cocina á disfrutar de aquella alegría. Tomasha, cerca del fogón sentada, con la falda del vestido, por no mancharla, á la cintura, luciendó la blanca enagua, sobre las rodillas el plato, y en el suelo, á tiro, el vaso de sidra, mordía un zoquetede pan y conversaba con las hijas de la Melchora. La miga, aunque muy blanca, se amorenaba cuando se hincaban en ella los dientecitos de la muchacha. En un rincón, Guadalupe y Leonardo ocupaban una mesa pequeña, y cruzadas las piernas, se las apre– taban á cada momento. -En qué piensas, visionario, levantando la cabe– za hacia las nubes, en vez de levantar el vaso? Con– templa el hermoso cacho de tortilla que te guarda– mos, pero si tardas..... Zapi, no te sientes aquí; arrí– mate á la Tomasha. que se ha vuelto aldeana de pronto y está con aquellas riéndose sin ton ni son, por cualquier futesa. lmítala y échate la camisa por encima del pantalón, para evitar manchas. Luis hubiese plantado, de muy buena gana, un bofetón en la mejilla de Leonardo, cuya burla hizo renacer la gravedad de Tomasha. No queriendo tampoco plantarle ninguna fresca de las muchas que á él se le ocurrieron, tomó el plato, el pedazo de pan y la botella correspondiente, y salió de la cocina diciendo:-V oy á continuar viendo visiones. Como al poco rato ondulase de nuevo la risa de Tomasha, Luis se conformó con la interrupción mo– mentánea del trato, en gracia á que las corrientes campesinas, desviadas por la ciudad, se regolfaban en los antiguoscauces.

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