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42 LA BELLAEASO abrochar los pétalos en un ambiente favorable, re– cibió emocionándose las palabras del poeta. Luis notó el efecto producido. -:-Oi! qué bien canta ése!-d ijo Guadalupe;-ya puede salir al Teatro, si quiere. -Adonde vamos, no á salir, sino á entrar, es al caserío-replicó Leonardo.-Verán ustedes la torti– lla con setas que nos sirve la Melchora. Me empie– za el hambre. -Di que no te concluye . -Pues no te he comido á ti, chiquita! Allá tenéis el puente-dijo Leonardo señalando á la derecha un par de troncos tend idos sobre el arroyo-El puente es para el vulgo; los hombres sportivos pa– samos así. Tomó vuelo y dió un salto; pero calculó mal la distancia y cayó dentro del agua, mojándose media pantorrilla. -Me alegro, esportiso!-gritó Guadalupe riéndose. -Ya no me importa-dijo Leonardo volviendo á pasar el riachuelo por medio del agua, que le llegó hasta la rodilla, no sin haber hecho antes ademán de coger á Guadalupe y llevársela agua adentro. Ella escapó hacia el puentecillo rústico, diciendo mien– tras corría: -Capá s eres ... Te conosco, bruto! El caserío era de dos puertas; la una, ancha, acce– so al zaguán, y por éste, á la escalera y establo, si– tuados á derecha é izquierda, respectivamente. La otra , angosta, servía para entrar en la tabernilla, cu– ya directa comunicación con la cocina delataba el humo. Al mostrador, una mujer gorda dormitaba reposadamente. Leonardo, bromeándose, lanzó un grito estentó– reo que sobresaltó á la durmiente, la cual se son– rió al enterarse dé quién era el perturbador de su sueño.

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