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36 LA BELLAEASO -La bella-dijo Guadalupe;-éste es ese que deseaba conocerte. -Vaya unos nombres!-exclamó Leonardo.– O. Este Ese, alias Luis de Alzaga. -Siempre burloso! No se puede contigo ... Te voy á dar un belarrondoko ... -Si me dejo . . Luis apr_etó la mano á Tomasha efusivamente. Las mejillas de la muchacha, poco há pálidas, se en– cendieron. Luis la examinaba pelo por pelo; de cer– ca, aun Je parecía más hermo sa. Le maravilló el color de los ojos, azules, pero en apariencia negros cuando no les hería de frente la luz. Disipóse el rubor y reapareció la palidez interesante , realzada por la ropa negra. - Hasia dónde hoy?-preguntó Guadalupe. - Y o soy el general en jefe-respondió Leonar- do;-he resuelto que vayamos hacia Choritokieta; el camino es lindo, sin paseantes: para qué los ne– cesitamos? A la falda del monte, el caserío Geldite– gi, excelente paraje para beber un vaso de sidra y comer una friolera. Mi Guadalup e no concibe ni el amor ni el paseo sin la merienda . - Tú sí que eres el tragón: á mí por qué echas la culpa? Eso no llenas de aire ... Guadalupe con los nudillos de los dedos dió unos cuantos golpecitos sobre el estómago proeminente de Leonardo, cuya cara mofletuda y jovial, sin nin– gún destello de espiritualidad en los ojos, denotaba aficiones sensua les. Principiaron el paseo en fila de á cuatro; las dos muchachas en el centro, Luis y Leonardo junto á Tomasha y Guadalupe. La antigua pareja ha– blaba y se reía mucho; el vozarrón de él y las claras notas de ella remedaban el dúo chistoso de un bajón y unos cascabeles. La segunda pareja guardaba si– lencio casi siempre; á Luis Je hacía cavilar la ex-

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