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CAPÍTULO SEGUNDO I las dos de la tarde del domingo tomó Luis uno de los varios caminitos que por detrás del campo santo conducen al territorio de Alza: caminitos montañeses entre brezales, helechales, argomales y campos de labor salpicados de caseríos y grupos de árboles. Sentóse sobre una piedra, á la sombra de un fres– no; pero molestado por el olor penetrante de las cantáridas, recorrió varios metros y aceptó el asien– to con que le brindaban las raíces de un castaño frontero á la vereda de un caserío. Encantábale el horizonte aldeano que descubría y su apacible so– ledad.-" Los domingueros van por abajo - pensó; -esto permanece aún sin contaminar; no hay vi– llas, chalets ni palacetes de vulgares ricachos: ¡glo– ria á las montañas!,, A la izquierda, en el camino carretil que sube desde el valle del Urumea, sonaron voces: conoció la risa de Guad alupe y las exclamaciones de Leo– nardo. - "Aquí están ,,- dijo Luis entre sí, y su co– razón latió más de prisa . Se saludaron; lapresentación se efectuó llanamente.
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