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4 LA BELLA EASO supiese. ¿Por qué diablos trabaja con tan poca pul– critud, con tan absoluto menosprecio al aseo? La muchacha de Beethoven era guapa; ésta, ésta..... ? Caramba! lo es, ó lo parece. Erguida, esbelta; la cintura, para moza del campo, nada recia; las pier– nas admirablemente modeladas, y la piel, en las cer– canías de la rodilla, blanca, tersa; los movimientos ondulantes, graciosos. No es un animal cargado; es una mujer que anda. ¡Malditacaperuza! me impide enterarme de la cara, hombros y pecho. Creo que es una rubia de ojos negros. Este es el enigma de mi embeleso: lo mismo que del de Beethoven. A ser ella vieja, ó fea, hubiese yo echado á correr ha– ce rato. ¡Cuánto dura la afición á las guapas chicas! La carreta estaba llena. Tomasha se aproximó á la puerta del caserío, arrojó la canasta al establo, se desnudó de la arpillera y la colgó en el zaguán. Con efecto, era rubia, luciendo espesa mata de oro cu– yos ricillos, á la lumbre del sol, pintaban una aureo– la. Se encaminó al abrevadero adosado á la pared izquierda, y con fuertes refroteos se lavó cuidado– samente piernas, brazos, manos y pies, metiéndolos en el aska . Como en seguida hiciese mención de retirarse, el marqués dió unos cuantos pasos hacia ella, y con la mano le indicó que se detuviera. - Oye, muchacha, ¿de quién es esta casería? No te lo pregunto por mera curiosidad, no. Ando bus– cando un paraje agradable para construir una casa de campo, una villa. Éste me gusta sobremanera. ¿Habrá bastante tierra, eh? El jardín ha de ser grande..... Contéstame, ¿quién es el dueño? Tomasha se detuvo; pero aunque indicaba esta detención su deseo de dar gusto, no la exteriorizó de otra manera. - Mujer, di algo, no te pongas tan colorada, que· no te voy á tragar.....

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