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A. CAMPIÓN 25 odio; por mucho que éste creciese, jamás se iguala– ría á la vejación sufrida, efecto de menosprecio y crueldad insuperables que ni aun la limosna de la compasiónconceden ..... Inesperadamente, como to– das las cosas que á ella le sucedían, la frase de Guadalupe, "ahí anda un hombre que se desvive por verte y hablarte,,. descubrían que el asiento del odio no era estable. Supuso que iba á sonar el nom– bre de Raimundo? Acaso razones particulares se opusieron al saludo en la calle, y la expresión hela– dbra no estuvo en los ojos de él, sino en la imagi– nación alarmada de ella. Las demás palabras de Guadalupe destruyeron la ilusión renaciente. Ah! no engañó la mirada, aunque otra cosa pidiese el deseo abrigado por un rescoldo de amor. Ahora nuevos pensamientos venían á enmarañar los ya revueltos hilos del intrincado análisis en que desfallecíasu inhabilidad intelectual. Quién era el hombre joven, rico, dispuesto á casarse con ella? Esta curiosidad, serpeando ·por entre angustias y penas de tanta monta, le pareció pueril y la repelió indignada; pero retoñó varias veces, ascendiendo de comparsa cuyo espacio en la escena está cir– cunscrito, á personaje principal que la pasea toda. Sería el desconocido uno de tantos que la admira– ron desde el balcón ó la calle, sin conseguir enton– ces, y acaso sin intentarlo, llamar la · atención de ella? Pasaba lista á los socios de Alaitasuna, á los individuos del Comité; cortejadores y galanteado– res lo fueron todos, pero ninguno procuró insinuar– se con acentos íntimos, personales..... Ah! es que Raimundo..... tampoco! El caso del desconocido era diferente: éste amaba, aquél no! Raimµndo fué el ladrón cauteloso, rondador de la casa y aprove– chante de la coyuntura. Le odiaba de veras? En el campo, muchas veces, de un azadonazo había par– tido el cuerpo de las víboras, y sus trozos seguían

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