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A. CAMPIÓN 23 hálito jadeante de Raimundo, que sus manos ju– guetonasJe ahuecaban los rizos, pegados por el su– dor á la frente, sintió impulsos de rebelión, ansias de libertad, y se las tuvo tiesas con su padre, que pretendía mantener indefinidamente la reclusión. Raimundono daba señales de vida; las esperanzas de verle, al ir y volver, fallaron; comenzó á cavilar, á inquietarse..... Una mañana salió del taller á cum– plir un encargo de la maestra; al doblar la esquina se encontraron los dos cara á cara; ella se detuvo instintivamente, sonriendo, con toda la alegría del alma en los ojos; él pasó de largo, sin saludo ni gesto ni seña, helándola con su mirada indiferente, más cruel que los resplandores del odio. Se le achi– có el corazón y su martillo le golpeó frenéticamen– te el pecho:-"Voy á ahogarme!,,, pensó: qué an– gustia en la boca del estómago!qué nube tenebrosa en la vista! qué llamarada en las mejillas!Volvió á casa sin una ilusión sobreviviente, y fué ella quien desde entonces se negó á salir y dedicarse á sus quehaceres ordinarios. Lo imprevisto, lo inimaginable le había sucedido, á guisa de malhechor que asalta un lugar al pare– cer seguro. De la existencia conocía los sentimien– tos simples, las situaciones despejadas, rápidamen– te comprensibles; de pronto se le presentaba delan– te una cosa confusa, compleja; que la obligaba á emplear un procedimiento de apreciación nuevo, el análisis ..... No se entendía á sí misma en el torbe– llineode ideas y pasiones contradictorias: á veces lloraba el desdén de Raimundo; otras execraba á su deslealtad..... Le quería aún? temía descubrir en los repliegues del corazón la respuesta afirmativa,y protestaba su decoro de mujer, ultrajado. Ah! cuán horrenda la mirada impasible de Raimundo, la mi– rada de repulsa, de desahucio, de egoísmo inhuma– no que debiendo matar no mata..... Pero realmen-

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