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A. CAMPIÓN j chacha no menos arremangada se asomó á la puer– ta. Las dos comentaron con miradas burlonas la cara asombrada del marqués, no hecha á semejan– tes espectáculos, y la de adentro dijo á la de fuera, en baskuenze: - Tomasha, pídele al viejo que te ayude . Lleva las pantorrillas al aire para men ea r mejor la rueda. No se manchará los pantalones. El marqués no entendió una palabra. Por eso dejó correr sin prote sta el calificativo qu e desde su punto de vista personal hubiese estimado incompa– tible, no obstante su barba muy canosa, con el vigor, la agilidad y la energía de sus cincuenta y seis años, sin lacras ni lesiones internas. Tod av ía en los salo– nes hacía buena figura su cuerpo cenceño y airoso, y su cara que recordaba retratos del siglo XVI. Ellas le miraban á hurtadillas y procuraban re– primir la risa: encontraban muy gracioso que hom – bre de tanta edad vistiese bombachos, como los ni– ños. Tomasha se bajó de la carreta, restregó los pies contra la llanta y se metió en el caserío, detrás de su compañera. Pronto trajo otra canastada, y luego otra y otras . El marqués no quitaba ojos á la sucia faena, aunque tildando de baja é incomprensibl e á .su curiosidad. Él era muy aficionado á la música, y creía recordar que Grillparzer, el amigo de Bee thoven, contó en algún libro que el músico solía recrearse mirando á una hermosa muchacha de la vecindad, cuando car– gaba fiemo.- iQuién sabe! - pensó el marqués son– riéndose,-si de esa contemplación brotó alguna fra– se campestre de la Pastoral. El hombre es un ser tan extraño ..... Mirada la cosa por lo que significa, es grande y seria. Esa muchacha trabaja por reani– mar las fuerzas cansadas de la naturalez a, por su– ministrar alimento á la vieja nodriza. Vaya! no una sinfonía, sino un libro e locuent e esc ribiría qui en

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