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A. CAMPIÓN 19 rrr Tomasha quedó sola, sin espías que anotasen sus gestos y actitudes, al atisbo de un desfallecimiento del disimulo. Sola, es decir, libre de reflejar en la cara los afectos internos, libre de vaciar los ojos si se los llenaban las lágrimas, ó de dilacerar el pa– ñuelo con los menudos dientes si el despecho Je es– carabajeaba el corazón! Se acercó á la puerta, dió dos vueltas á la llave: quería sufrir á sus anchas! Estaba sola: ya podía llor ar. Y lloró tendida sobre la cama, con el rostro pe– gado á la .almohada; lloró el súbito agostamiento de la florecilla abierta por las primeras palabras de Guadalupe, que interrumpieron la atormentadora pertinacia de sus recuerctos. Las lágrimas se ago– tan, la memoria no: ¡con lágrimas eternas compra– ría, de buen grado, el olvido! Ni un pormenor de las escenas que dramatizaron á su vida, hasta entonces sin historia, se había bo– rrado. Oía el crujir de los peldaños desconocidos que subió, algo temerosa al enfado paterno, pero realmente desvanecida por los homenajes á su her– mosura y los encantos de la fiesta. Cuán argentino resonó el timbre eléctrico al tirón de D.° Constan– cita; cuán tardos los pasos de la mujer gorda que abrió la puerta, de aquella mujer que hablaba en voz baja, con el tono insinuante de trasmitir secretos y halagar voluntades. Tras breve diálogo y entrega de una tarjeta , la retirada presurosa de D.ª Cons– tancita, dejándola á ella en un saloncito con alcoba, donde había una cama lujosa, pr eparada para acos– tarse, y un tocador lindo lleno de peines, horquillas, agujas, carretes de sedas é hilos multicolores, cajas de polvos, tenacillas para rizar el pelo, pomos de
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