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2 LA.BELLAEASO de la frente y tomó asiento sobre una piedra, des– pués de levantarse el cuello de la americana. - ¡Linda posición!-pensaba mientras se entrete– nía en lanzar sobre la boquilla bocanadas de humo; -posición espléndida, única, como dirían los fran– ceses, con vistas al Pirineo y al mar. Montes no faltan: hay para llenar de cuestas la "tierra de Cam– pos,,. ¡Cuán hermosos! ¡Cómo se lían y arremoli– nan! Pugnan por quién levanta más la cabeza. ¡Or– gullosos! El peñascal de Aya se esconde tras un ji– rón de niebla: les da unos cuantos metros de venta– ja á sus contrincantes, como pelotari que gana siem– pre, aunque conceda tantos á su competidor. Abajo, la carretera ·sinuosa y el río, aun más sinuoso y tortuoso; río alborotador, de lavanderas encharca– das siempre, que cantan y palotean. Y allí, allí, á poniente, en la escotadura de los montes, el mar. ¡Ése sí que es mar de veras! Azul, verdoso, espu– mante, risueño, tétrico, voltario, falaz. Ahora le da por ser más celeste que el cielo; esta tarde ... quién sabe? dará espanto al infierno. Aquí hay horizonte, aire puro y el gran perfume de no oler á nada. Para desmentirle, en aquel mismo instante inva– dió las narices del marqués un vaho nauseabundo, el hedor de estiércol bovino descompuesto. Volvió disgustado la cabeza: frente al caserío, una ca– rreta medio llena de fiemo humeaba al fresco am– biente de la mañana; dentro del establo, voces y risas femeninas resonaban. A poco, una muchacha que se cubría la cabeza y espalda con un saco plegado longitudinalmente, y puesto á guisa de man– tellina y tosca montera, acarreó una canasta rebo– sando estiércol mezclado con helecho. - Buenas tías-dijo, saludando al marqués. Vació la canasta, y convirtiendo al cubo de la rueda en estribo, se encara!11ósobre la carreta y con los pies descalzos apisonó el fiemo. Otra mu-
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