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266 LA BELLAEASO servían? y las cucharillas, no menos diminutas, se– mejantes á palas de remover carbón? dónde apo– yar los codos? En otras circunstancias, la ignoran– cia de los usos, el amor propio, temeroso de paten– tizarla á cada paso, le habrían producido apoca– miento invencible; pero aquel día sentíase otra, más consciente de su valer, menos asequible á lo ridícu– lo, impotente para desdorar su apoteosi.s. Haría lo que viese hacer á otras; comería y bebería como ellas, y en último caso, como se le ocurriese. Y qué? Ella estaba allí por el derecho de su belleza, reconocida y admirada de todos. Cumplía siendo guapa y nadie podía exigirle que reprodujese al pie de la letra las muecas y fatuidades de las se– ñoras! Haber traído una andiki! Sin ponerse colorada siquiera tomó asiento, pre– via designación, en la cabecera. Delante había una cartulina con letras muy elegantes y orla de los co– lores nacionales, y un retrato: ¡el suyo! El busto nada más y muchos renglones desiguales debajo, como en la cuenta de la lavandera. Comenzó á leer: "Diner de la belle Easo le 1 .er de..... Menú ..... Hui– tres de Marennes .....,, Saltaba los renglones: "Tim– bale de.....,,; y el arroz con leche? No entendía ni jota. P~ra qué servía aquel chartel? No se atrevió á preguntarlo. Raimundo, sentado á la izquierda, la envolvía en las ondas magnéti_cas de su mirar lasci– vo:- "Está bien el retrato; á mí se me ocurrió po– nerlo; pero tú eres mucho más guapa!,, Y ella se sonreía, asintiendo. . El ¡ah!que marca la conclusión de una espera fué el saludo de los comensales á Guzirako. Entró es– coltado por seis ú ocho postulantas y tomó asiento á la derecha de la bella Easo. Su rostro denotaba viva satisfacción: -Señores, nuestra comparsa recaudó siete mil novesientas cuarenta y dos pesetas con quinse sén-

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