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A. CAMPIÓN 255 pada, mientras la izquierda sostiene un haz de ra– yos, símbolo del progreso. Estaba todo hábilmente concertado para que luciese, sobre todo, la figura humana, personificación de la ciudad. Los ojos, poco distraídos por los accesorios, instintivamente la buscaban y ya no sabían apartarse de ella. To– masha, ceñida la corona mural, colgante el manto purpúreo, ajustadas las vestiduras, azules y blancas, de telas que imitaban tisú de plata y oro, sobre las formas estatuarias, descubiertos el nacimiento del pecho turgente y los hombros, suavemente caídos sobre los brazos, llenos y torneados, fundidos en uno la tersura nívea del mármol y las palpitaciones de la carne, resplandecientes los ojos, entreab ierta ·1aboca como una granada hendida, impasible, sin . movimientos que perturbasen la admirable armo– nía estática de un cuerpo digno de erguirse sobre pedestales, arrancaba un grito de admiración á to– dos los pechos. Las menuditas lámparas eléctricas, rojas y amarillas, disimuladas en el haz de rayos, despedían resplandores que, prolongándose, pinta– ban en el aire las fajas de la bandera española; y la amarilla, precisamente al tocar la cabeza de To– masha, prendía mil chispazos de oro en su cabelle– ra rubia, segunda diadema que le coronaba la frente. La impresión que las anteriores carrozas produ– jeron se velaba; ante la soberanía de la belleza hu– mana,artísticamente puesta de realce, el espectácu– lo que provocó tantos aplausos se achicó á la in– significanciade una puerilidad ingeniosa. Un aplau– so general corroboró el embeleso de los ojos. Luis, por primera vez desde que había comenza– do el desfile, se asomó al balcón; Matilde le cedió su sitio del ángulo, y él ni siquiera le dió las gra– cias, porque no se percató de ello; las piernas le flaqueaban; estaba abismado en la contemplación de Tomasha, de hito en hito, ápice por ápice, y en

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