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240 LA BELLAEASO bre hubiese podido desalojar del centro de la Ave– nida, resueltas, como estaban, á contemplar la apo– teosis de la Tomasha, que la Osabel, lavandera de Guzirako, les había denunciado . Frente por frente de ellas, los ocho balcones de la fachada á la Avenida, en el piso de la magnífica casa propia donde habitaban los de Alzaga, no ad– mitían una persona más. La mancha de color, for– mada por las blusas que vestían las sefloritas, era alegre como un pensil viviente de flores cuyas tin– tas rosa, cereza, turquesa, amarillo-paja, esmeralda, se combinaban brillantemente según los azares de la agrupación. Estaban allí reunidas algunas de las caras más lindas de J ayápolis; Luz y Julia, rubia aquélla, morena ésta, sobresalían por su hermosu– ra y elegancia; sus blusas, recién traídas de París, se llevaban los ojos de las muchachas; coral pálido la de Julia, violeta de Parma la de Luz, abiertas por delante sobre chalecos de muselina de seda blanca, con pliegues de acordeón, admiraban los bordados estilo Luis XVI, jazmines, lilas y capu– llos de rosa que enlazaban delicadísimamente sus ramas, y el espumante chorreo de espeso guipur, color de pan bazo, que brotaba por la escotadura ·del pecho. Varios oficiales,galanteadores de las señoritas, re– corrían los balcones donde ellas se los disputaban. En el último de la derecha, junto á la esquina de la calle de Urnieta, media docena de pollastres, her– manos de algunas de las sefioritas, fumaban piti110s ó hacían señas á las criadas y costureras de la calle. El salón ensordecíase con el cotorreo de las se– ñoras mayores, á quienes D." Ambrosía, solemne, presidía vestida de raso negro bordado de lente– juelas, luciendo en las orejas dos solitarios enormes de purísimas aguns, y al pecho un colgante de tres perlas, no menos magnificas. Sonriendo siempre,
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