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A. CAMPIÓN 211 ríoida. y ordenancista. Su severidad no se extendía más allá de los umbrales del taller, ni se prolonga– ba después de sonar la hora del paro. Era su casa, en las fiestas públicas de la ciudad, plantel obligado de costureras que confeccionasen el atrezzo y de figurantasque formasen en las comparsas. Las muchachas salían de allí ávidas de abrir la jaula á sus lenguas, tanto tiempo prisioneras. Los talleres de la Egilaz y la Dolores se vaciaban al mismo tiempo, poco más ó menos, y la calle se henchía de rumores parleros. Los horteras y de– pendientes se asomaban á las puertas y escritorios, golososde seguir el revuelo de las guapas chicas, y los dos grandes grupos de ellas se subdividían en grupitos de amigas, dispersándose en direcciones diferentes. Guadalupe, Tomasha; Lucía y Eulogia, del mis– mo barrio, iban siempre juntas; á veces se les jun– taban otras. Antes de volver á casa daban un largo rodeo por las calles, ó se quedaban en los arcos de la plaza, si llovía. El personal obrero femenino se difundía por los lugares del paseo. Descollaban en primer término las modistas, vestidas, salvo el sombrero y el corte de las telas, igual que las seño– ritas mejores observantes de la moda, cuyas mane– ras y posturas habían aprendido á remedar en su frecuente contacto con ellas. Las obreras de otros oficios seguían la moda de más lejos, imitando el tipo de las modistas, reflejos de un reflejo, el cual perdía toda su brillantez en las obreras de los arra– bales y afueras, en quienes se combinaban á me– nudo los caracteres de la moza de calle y los de la aldeana.Ju nto al tipo señoritil, mejor ó peor imita– do, campaba otro francamente forastero y meridio– nal, provocativo y chulapesco, desde los barrios ba– jos de Madrid y las plazuelas de Andalucía aporta– do por las cigarreras. Pero todas ellas, aunque en

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