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210 LA BELLAEASO ted es aquella!,,-"Sí, aquella-pensó Tomasha, al proseguir su camino, apretándose el labio rojo con los dientes blancos.,, Y asoció en torno del pronom– bre "aquella,, las imágenes que le p;:irecían estar recubiertas por el tonillo despreciativo del marqués apenas perceptible: las faenas rústicas, la zafiedad campesina, la caperuza de arpillera, la carreta de fiemo..... Y al desechar tan importuno recuerdo, afirmó sus propósitos de no ser aquella, de ser otra. II Y en otra iba transformándose, más intensamen– te de lo que ella misma podía sospechar, atenta á las transformaciones externas que el sentido de la vista provoca; la sutil sugestión que las frases, pen– samientos y juicios efectúan, y se inscribe y regis– tra en la intimidad del alma hasta que una ocasión propicia la hace sonar como á las impresiones de la placa gramofónica, caía por debajo de los umbrales de una conciencia incapaz de análisis delicados. Sí; muchas de las cosas oídas, al primer momento, le repugnaban; pero nunca supuso que la impresión suya fuese la exacta, la justa, la que debía prevale– cer. "Qué sabía ella, la campesina, puesta en pa– rangón con las muchachas de la ciudad, que la es– candalizaban porque decían cosas para ella nue– vas?,, Esta reflexión, patente ó latente de continuo en su espíritu, batía las mejores defensas del ser moral de Tomasha , elaborado por el ambiente tra– dicional del caserío. Durante el trabajo, el silencio era poco menos que absoluto; la Egilaz, según fama, en su juven– tud y aun más tarde, mujer muy ligera de cascos, ü la cabeza de aprendizas y oficialasse las echaba de
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