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XXIV PRÓLOGO te que se provee de aquellos géneros que su espe– cial clientelacompra. La coloniaespañolapide fies– tas sin tasa, y hay quedárselas. El mal no está ahí; el mal consiste en que los ha– bitantes de San Sebastián empiecen á tomar el me– dio por el fin; en que, sin considerar que los feste– jos sin medida ni tasa no tienen más finalidad que ganarse honradamente la vida, alojando, dando de comer, vistiendo, etc., al forastero, poco á poco vaya penetrando la idea de que en la vida nada hay que hacer más que divertirse cuanto uno pueda. Si ese concepto, lo que Dios no quiera, llegase á arraigar en San Sebastián, la ciudad pagaría bien pronto su error. El sibaritismo rebaja los caracteres, atrofia la voluntad y engendra el más terrible egoísmo. Si la vida consiste esencialmente en disfrutar de todos los placeres, ¿á qué molestarse con asuntos serios? Cuando ese microbio se apodera del cuerpo social nadie quiere disgustarse por nada; todos rehúsan los cargos públicos, por lo mismo que producen sin– sabores, y sólo quienes en ellos encuentran prove– cho propio, ó satisfaccióná su vanidad, los solicitan. Las gentes se desentienden de estudiar los proble– mas trascendentales de la localidad, para no cansar– se en tonto. El caso es no tener disgustos y que ruede la bola. La gangrena no se ha apoderado aún, felizmente, de San Sebastián; pero está á la puerta, amenazan– do no sólo su vida moral, sino también su misma · vida material, porque pueblo que pierde sus ener– gías es pueblo muerto á corto plazo. Inútil detallar aquí el conocidísimoproceso de las decadencias. Hora es cuandoquiera de que las gentes serias se apresten á la defensa y estudien despacio el pro– blema, si se lo permiten el ruido de cohetes, el es– truendo de las músicas, la gritería de los toros y la algazara de la muchedumbre.
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