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206 LA BELLAEASO ción espléndida de faroles, lámparas y focos· las voces no~tu.rnasde la_natural eza, murmullos d~río, estremec1m1entosde arbol, ululeo de viento lejano mugido del mar, al estallido de cohetes, ;I ritmo enloquecedor de las músicas, lanzadas á la callepor cualquier pretexto en la ciudad resuelta á divertir– se ..... la existencia uniformemente gris, sin emocio– nes ~i mudanzas, existencia de ganado que pastura en la misma pradera y que tira de la misma carre– ta, á la perspectiva cambiante , á las novedades y goces que revolotean como una banda de pájaros ... Aquellas disputas de su padre y madre, que ella oyó mil veces sin escucharlas, rasgada ahora la ca– tarata de los ojos descubrían una significaciónmuy honda: la experiencia de la vida, la percepción de lo real, hablaban por boca de la madre; la ignoran– cia y los prejuicios del caserote, por la del padre. El amor propio era la espuela de Tornasha. El afán de evitar lo ridículo, ó lo que ella oía decir era ridículo, más que ninguna otra fuerza la empujaba á transformarse. Su buen juicio le advertía que, al obedecer á los impulsos naturales, asomaba el per– sonaje rústico, brincaba la cabra montesina, y puso todo su empeño en reprimirlos y dominarlos. Su actitud habitual era reservada, tímida; hablaba lo menos posible; absteníase de iniciativas y recibía dócil las ajenas. Vislumbrando que semejante im– pasibilidad era deslucida, pensó atenuarla intervi– niendo en los diálogos con la sonrisa. Las amigas, perspicaces por envidia, solían decir: "es muy gua– pa, muy guapa, y muy pava, muy pava,,. La nota de la belleza sobresaliente no había me– dio de negarla; además, los hombres se encargaban de proclamarla á todas horas con tan imperativa convicción, que hubiese equivalido á declararse reo de despecho el insinuar siquiera distingos y peros. Estos acudían á los labios, pero el instinto femeni-
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