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PRÓLOGO xxlit balnearios extranjeros personas y familias que acu– den á ellos en busca de tranquilidad, reposo y vida higiénica. Esos casos constituyen la excepción en San Sebastián. Así, mientras en Biarritz, Niza, Ar– cachón, etc., etc., es muy frecuente ver en playas y paseos á gentes que leen libros, señoras que hacen labores de mano, ó que pintan, etc., etc., aquí llama la atención, choca el que paseándose lentamente, ó sentado en un banco, se entretenga en leer algo que no sea el periódico del día. Respecto á bordados de señoras ¡vade retro! eso no encaja en la hidalga y nobilísima holgazanería nacional. ¿Qué hacer con nuestra colonia forastera, á finde que no cambie de rumbo y nos abandone? No hay más remedio que aumentar las diversiones y espectáculos de todo género. Si la intensidad de distracciones, llamémos– la así, es como uno en los balnearios del extranje– ro, aquí resulta como diez cuando menos. Recuerdo cómo años atrás, á pesar de casinos,tea– tros, conciertos, regatas, corridas, etc., etc., un perió– dico localgritaba á diario y desaforadamente: "¡Fes– tejos! ¡Se necesitan más festejos!¡Muchosfestejos!,,; del mismo modo que en la plaza de toros, cuando los pobres caballos se revuelcan en su sangre, agi– tándose en las convulsiones de la agonía, el público, cultísimo y de bondadoso corazón cristiano, vocea: "¡Caballos!¡Caballos!,, La prensa tenía razón. ¿Cuándo no la tiene? Hu– bo que imaginar nuevas fiestas y multiplicar lasco– nocidas hasta llegar á la situación presente, en la cual quien desee disfrutar de todas las distracciones apenas encuentra tiempo para comer y para dormir. Jayápolis ha batido el record de las fiestas. ¿Ese furor de diversiones es, en sí, un mal para San Sebastián? Ju zgando fríamente el asunto, creo que no. La capital de Guipúzcoa está en el caso del comercian-

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