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196 LA BELLAEASO -Cuerno para el gordo!- refunfuñó el orador; - dónde iba? - En las pestañas, hombre; cortinas de alcoba ó así. serán ésas,-apuntó el incorregible cachal;te. - Fuera! que se calle el seis doble! á la salchi– chería con él!-gritó el comité, protestando contra las interrupciones. - La nariz es larga y recta; algo larga, sin duda· de líneas clásicas impecables; sus alas..... ' - Ah! Desde cuándo vuelan las narises? Nos lusi– mos si, ocupando ella la carrosa, se le van con los pájaros y se nos queda chata. El auditorio rió la interrupción. Ésta, y las risas, amoscaron al arquitecto. - -Amigo Tomás: se calla usted ó me marcho. Es usted una lata del tamaño de un tonel. Hubo una pausa; el cáchalote se puso el dedo delante de la boca desforme de la careta, y Raimun– do volvió á tomar la palabra: -Las ventanillas de la nariz, para que me en– tienda Elosegi, son un prodigio: finísimas como ho– jas de sensitiva, palpitan á la más leve emoción: cuán elocuentes! proclaman el ansia de placer, el culto á la alegría! Las narices de la mujer son muy indiscretas: más que sus ojos. Los labios, sinuoso y delgado el superior, bastante más grueso el inferior y un poquitín vuelto, color de granada recién abier– ta, húmedos, dignos de que las abejas del poeta les piquen y saquen miel; la boca grande (esto no es defecto, señores, diga lo que se le antoje el vulgo); los dientes pequeños, blancos y brillantes más que las olas de Ondarreta; el cuello proporcionado, lo bastante largo para que desde él impere la cabecita airosámente sobre los hombros, pero sin que se le pueda insultar con el dictado de cuello de cisne. que es una de las más estúpidas comparaciones poéticas; no uno de esos cuellos kilométricos y del-

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