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188 LA BELLAEASO III Una media hor::idespués salió ele! saloncillo rojo Guzírako, contento el rostro como nunca. Cambió s:1ludoscon varias personas, comunicó órdenes á tres ó cuatro criados, y por la escalera monumen– tal del Casino bajó á la calle. Soplaba un vienteci– llo fresco ele!mar y se subió el cuello de la ameri– cana. Al doblar la primera esquina tropezó con el médico Olazábal. - De matansa, eh, de matansa?- le preguntó sin pararse. Era la frase que acostumbraba dirigirá los médicos cuando iban de visita, y prosiguió su cami– no á paso largo hasta llegar á un hermoso edificio en la calle de Easo. Sobre unas hermosas puertas giratorias de cristal se leía un letrero, en letras mo– dernistas muy exageradas que decían: "Alaitasu – na: Sociedad para reir, cantar, comer, beber y bai– lar.., Programa en parte cumplido entonces por los muchos socios que reían, cantaban y bebían en el salón principal, amplísima sala adornada con esta– tuas y pinturas al gusto del programa. Las estatuas, reproducciones de modelos clásicos, eran Venus, Cupido, una bacante y un sátiro que, desde cada uno de los ángulos, acataban la presidencia de Ba– co, situado al centro . Las paredes, partidas por ce– nefas en anchos entrepaños, ostentaban medallones cuyas pinturas, pasaderas en genera l, reproducían escenas ele la escuela holandesa. No se veían sino rojizas cabelleras, carnes blancas y sonrosadas, jus– tillos y camisas desabrochados que vaciaban enor– mes pechos colgantes, manos palpadoras, narizotas amoratadas y relucientes, hombres que vomitan en la taberna, mujeres que bailan en la kermesse. Los asuntos decorativos en los frisos y cenefas del en-
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